Juana Goergen
SIN AULLIDO DESDE OTRA PARTE
para Alex, hermano poeta
Aquí la cicatriz de la panza rasgada.
Allá la tentación y el bosque.
Caperuza vestida en puti-rojo y abuelita tragada sin pensar
y joven cazador y viejo lobo feroz que es miedo sempiterno de las niñas.
Allá la panza abierta.
A él, pobre hombre-lobo enamorado, que sólo quería olerla, verla mejor, contemplarla de cerca
y a pequeña mordida en la entrepierna, comerla despacito, sintiéndola temblar bajo su fuerza.
Aquí de vuelta a las estepas, no aulla.
Menos lobo y astuto cada noche
lame su cicatriz y se lamenta.
de Eros y Tánatos
EL FLAUTISTA
Apprenons l’art, mon coeur,
d’aimer sans espérance.
Rotrou
Huí de ti, flor de presagio.
Huí hasta perderme en tu memoria.
Más allá de los sueños enjaulados, la palabra no pudo ser flor,
sólo la ilusion dirá tu nombre
si es que acierto a nombrarte.
Alargado en la distancia subes a mi garganta.
Cuando el sonido de mi voz afile el tiempo,
negando
no admitiendo
morderé el llanto, tan limpio como cristal pensado
morderé fibras de sueños flotando en los espejos
morderé tus recuerdos tratando de enigmar una esperanza
un hilo de esperanzas alargadas
si es que acierto a nombrarte.
de Eros y Tánatos
UN GRITO POR LA SUERTE DE TESEO
Descubre tu pasiva inexistencia, reintégrate al amor arrebatado, y grita.
Juan de Yepes
Desde tu muerte
todo es duda en mi espejo.
Te fuiste sin el hilo de Ariadna entre los dedos.
Desde tu ausencia, no sé qué Minotauro me carcome,
qué laberinto de poros enlazados me arruga el alma adentro de la ropa.
Clavada en mi silencio, indefensa, quiero echar a correr como los galgos después de la tragedia,
pero quedo inmóvil.
Marioneta.
Sin otros hilos donde volver a colgar los huesos
sin nervaduras que sostengan mis piernas.
Gimiendo sobre el suelo, por más que a diario tenazmente se repita:
un hombre deja su cuerpo untado en las baldosas, un auto y un camión,
un sombrero que se convierte en lápida sin dueño
y una mujer, de probada mudez,
que queda resguardando la angustia y los deseos.
de Eros y Tánatos
LA CELDA DE LILITH
Homenaje a Silvia Rexach
Llenando un ruido de agujeros
hasta salir como un estruendo mudo,
de azul fosforecente a voz de rayo
se inventa a la mujer,
la fluidora de sueños transparentes
artífice de líneas y de mundos.
Ebrio de soledad, desafiando molinos
hasta encontrar algún sueño que le sueñe,
desgarrando tristezas con los dientes,
se dispara el hombre,
recogedor de huellas en las sombras
hacedor de los bordes azulosos y del tiempo.
El rito ha comenzado en este instante.
No hay límites aquí. No hay resistencia.
En tardes como ésta se apresan los luceros.
Es mirarse a los ojos.
Es caer desde adentro hasta el fondo de uno mismo,
la salvación fugaz,
la entrada al reino ajeno donde la densidad del tiempo adquiere forma,
ritmo del giro, regiones hondas y palpitar de manos.
Ambos observan en el rito su cerrado misterio.
Él, ve a una mujer que nació desnuda,
en su baile de llamas
en su signo perfecto.
Ella, abriendo todas sus esquinas y horizontes
bajo la fibra cóncava de un beso,
quisiera saber ¿qué nace cuando se acaba el rito? ¿qué dicen las palabras?
o más bien ¿qué nombran?: ¿un sólo amor? ¿un rostro en cada cáliz?
Ella, ve al hombre erguirse como un dulce puñal ante sus ojos
y quisiera guardarse en la matriz del gozo postergado
que será súyo
aún fuera de su alcance.
de Eros y Tánatos
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